domingo, 27 de septiembre de 2009

La Petite Mort

El pequeño roce de sus labios

Suspiro que acaricia mi cuello

Dedos inquietos explorando mi espalda.


Las sensaciones crecen

Un cosquilleo recorre la espina

Aumenta el ritmo de mi respiración

Embriaga mis sentidos.


Cierro los ojos.


Mordidas, caricias sutiles

descargas en mi interior

Siento su dulce jugueteo

Lo siento en todo mi pecho.


Victima de sus caricias

Mi cuerpo se estremece

Un calor incontenible

Brota entre mis piernas

Las muevo, las relajo

La temperatura aumenta.


Vibraciones golpean mi cuerpo

Mi respiración se agita más y más

No puedo contenerme

Quiero fundirme en su cuerpo


Una línea húmeda

Refresca mis muslos

me contraigo

Inhalo con rapidez

Exhalo sonidos

Sonidos entrecortados.


Mi cadera se mueve

No la quiero detener

Tomo sus manos

Recorro mis piernas

Deseo que siga haciéndolo.


Siento el ritmo

Suave

caliente,

Suave

Húmedo

Suave

Tu cuerpo

Suave

Lo siento

Suave comienzo


Suave no quiero


Mi cuerpo se eriza

descargas de energía

Sacuden mi cuerpo

No lo soporto

el calor me abraza.


¡ MI CUERPO EXPLOTA!


Millones de partículas me funden en un mar de sensaciones.

Mi espalda se arquea, mis puños se cierran


Quiero gritar


Quiero seguir


Quiero volar.

Todo se pone en blanco

El dulce silencio lo abarca todo.


¿Dónde estoy?

¿Cuánto tiempo he estado aquí?

algo me empuja,

algo me llama

algo…


Ven, siente mi corazón.

Siénteme…

jueves, 24 de septiembre de 2009

La Oxidada Maquinaria del Amor

by Jorge Villarruel

«Tu cuerpo ya no me produce placer alguno. En esta carta quiero deshacerme de ti. Tú eres lo que me ha destruido, no la soledad. La amarga leche del sol. Así es como te imaginé. Las tristes lágrimas de las estrellas. Así conjuré tu nombre. La oxidada maquinaria del amor. A esto se ha reducido todo lo que siempre había deseado, toda la felicidad que se quedó atascada en un engrane mal aceitado. Las amargas frutas del recuerdo. Pero ya no pienso probarlas nunca más. Yo ya no soy capaz de seguir viviendo bajo el mismo techo que tu cuerpo.»

El hombre que escribía así, dio un respiro y se secó las lágrimas. No es fácil reconocer que has dejado de amar al amor de tu vida. Pero cuando algo que se ha mantenido oculto, inconsciente durante tanto tiempo, salta de pronto a la vista, no hay marcha atrás; sólo quedan unos pocos caminos.

Ella, hacía varios meses que estaba muerta. Eso no importó para que él la siguiera amando. El amor no acaba con la aparición intempestiva de la muerte, crece. Y saca las garras para aferrarse con fiereza a la carne de su portador.

La ausencia del ser amado prolonga ese amor, lo alimenta. Su cuerpo yace sobre la cama, sin vida, sin movimiento, sólo cuerpo y nada más. Él lo mira y cada noche trata de amarlo con desesperación, pero ese cuerpo sólo es ausencia y silencio. Y así es mejor, porque cuando vivo, el amor te desgasta, te succiona hasta la última gota de juventud y te vuelve viejo en pocos años.

Toma aquel cuerpo entre sus brazos y lo arrastra por la casa. Lo lleva al patio y cava un agujero, donde lo deposita. Y él cree que se ha liberado de él. Cansado, se va a dormir. Cuando abre los ojos, el cuerpo de su amante muerta lo abraza bajo las sábanas. La mira y la insulta, pero ella no escucha, ella ya hace un tiempo que está muerta. Y él se levanta, se acerca al escritorio lleno de hojas y manchas de tinta, y escribe. Alguna cosa sobre la oxidada maquinaria del amor, puros sinsentidos; sólo escribir y eso es todo. Y decide acabar de una vez por todas con toda esa insensatez. Cava agujeros por todo el patio, y sepulta los pedazos del cadáver, y lo encuentra remendado cada mañana, abrazándole, y él nunca recuerda lo que hace esas noches de insomnio frenético, cuando la fiebre juega en su cabeza. El óxido, supone, no sólo llegó a su corazón, también provocó un desajuste en su cerebro. Y en su alma, si existiera. ¿Existe el alma?

“¿Y si la devorara?”, pensó. Y preparó las salsas y las ollas. Trajo algo de pan, un poco de vino, sólo un poco, no es necesario perder la cabeza. Platos limpios, mesa cuidadosamente preparada, tulipanes en el florero lleno de agua limpia. Parecía la cena de una familia en su casa acogedora y amorosa, ante un delicioso fuego.

Despertó bañado en su vómito, abrazando la almohada manchada de sangre y vísceras mal digeridas, decidiéndose a terminar con todo de una vez y para siempre, sin saber exactamente qué tenía que hacer para conseguirlo.


by Jorge Villarruel

miércoles, 23 de septiembre de 2009

La lluvia y el amor

By: Judith ArMe

Es de noche y mi viaje hasta la zona norte de la Ciudad de México inicia, lo que significa que tengo que viajar en el metro toda una línea.

No habría problema si no fuera por la intensa lluvia, que lleva días derramando su furia sobre la metrópoli en la que vivimos, con lo que el viaje en el metro sea más despacio por precaución.

Aunado a esto es importante considerar que más gente viaja bajo tierra para evitar el tránsito que hay en las avenidas debido al encharcamiento y caos vial, así que con más gente, la lentitud se incrementa.

Sin embargo cuando se sabe que estará ineludiblemente largo tiempo bajo tierra, pegado al cuerpo de otras personas, oliendo sus aromas, escuchando sus conversaciones, observando sus rostros, es mejor buscar algo en qué entretenerse.

Así es posible leer, escuchar música o simplemente poner atención a lo que ocurre al rededor.

Una noche de septiembre, el amor rondaba en un vagón del metro de la línea 3 Indios Verdes – Universidad y no es que lo que contaré me sucediera a mí, más bien ocurrió a unos cuantos centímetros.

Estaba recargada en la puerta que no se abre, dirección Indios Verdes, junto a mí estaba de pie un chavo como de 24 años de edad, delgado, con barba, cabello oscuro, piel blanca, un traje de ante azul marino, portaba lentes y cargaba en la mano una pequeña bolsa de Carolina Herrera roja.

Junto a él, la otra protagonista de la historia, una chica vestida con un pantalón de mezclilla, blusa y suéter blanco, cabello lacio pintado (o despintado) castaño claro, aproximadamente tenía 23 o 24 años de edad.

Él la observaba mucho, ella le evitaba la mirada, rehuía su cercanía, sin embargo con tanta gente en el vagón era imposible cambiar de lugar, así que él aprovechando la situación utilizó uno de los pretextos más viejos del mundo:

Él – ¿Qué hora tienes?

Ella – Las nueve y media.

Así, con esas cortas palabras inicia la historia de romance un día de lluvia en el Distrito Federal.

Así comienza la historia: ella daba respuestas cortas, mostraba claramente que no estaba incómoda platicando con el chico, así que le evitaba la mirada, se distraía sacando cosas de su mochila, revisaba su celular, sin embargo no dejaba de responder lo que él preguntaba.

Mientras, él no dejaba de verla, ponía atención a su rostro y cuerpo, que si bien era delgado y bien formado la cara no era muy agraciada, aunque su arreglo personal solucionaba un poco su apariencia.

Tiempo después quedamos varados en el túnel entre Tlatelolco y la Raza, él para ganar la atención de ella jugó otra carta: volcó la conversación en ella, su trabajo, sus gustos, sus estudios.

Ella se sintió alagada o eso demostró porque entonces sí depositó toda su atención en él, ahora si respondía con mayor interés, dejó de dar monosílabos y sonrisas fingidas por respuesta, preguntaba también cosas y principalmente le sostenía la mirada.

Se escucharon unas cuantas risas, comentarios agradables y por fin llegamos a Potrero, donde se desocupó un asiento que ella rápidamente tomó. Él se mantuvo de pie a su lado, y continuó con su conversación.

Así, entre las palabras que logré percibir, descubrí que él vive cerca de los Héroes Tecamac y ella más adelante de las Américas, pero ambos optaban por la línea tres del metro, ya que por la línea B es más complicado en días de lluvia y más a esa hora.

Por fin después de una hora llegamos a la terminal de Indios Verdes, salieron por el lado opuesto del que yo salgo, así que no sé cuál fue el desenlace de la historia.

Sin embargo me atrevo a suponer algunas cosas debido a la actitud de ambos: creo que salieron juntos del metro, y si tomaron el mismo camión, les quedó más de una hora para seguir conversando.

La lluvia seguía cayendo, así que en caso de que su camino los obligara a seguir juntos, no dudo que hayan intercambiado teléfonos.

Otra opción en caso de que sólo salieron juntos de la estación, él debió ser muy intrépido para solicitarle su número de celular o tal vez su correo electrónico, ella tal vez aceptara proporcionar el correo en vez del celular, por motivos de seguridad.

Y lo que suceda después ya no corresponde a esta historia, ya que no ocurre en un viaje en el túnel del metro.


By: Judith ArMe

viernes, 18 de septiembre de 2009

15 Sep, Analisis crudo, gracias a una buena peda...


Pocas veces, de hecho muy pocas, nos permitimos expersar nuestro sentir o por lo menos esto encaja conmigo, de esto me di cuenta mientras disfrutaba de un capuccino en ixtapan de la sal, despues de un 15 de septiembre atascado de alcohol y comida. Asi que heme aki, ofreciendo opiniones, no como un escritor (q d plano no es mi caso), simplemente es la perspectiva de una persona no tan comun.

Ser una caja hermetica no siempre es lo mejor, por lo general los individuos buscamos no ser dañados, estar dentro de una estabilidad y que nuestra pareja nunca nos abandone o engañe. y si ocurre lo contrario, nos pega, nos tira y hasta nos derrumba, pero por que?...

Pero, ¡Demonios! hasta las canciones se cansan de decirlo y nosotros no lo entendemos (ella te dejo, y todo sigue igual...) nos gusta ahogarnos en alcohol para olvidar, salimos y hasta con quien nunca creimos hacerlo. Yo digo ¡basta!

Suficiente de idealizar a la pareja sentimental, suficiente con crear supuestos futuros que pueden o no llegar, lo importante es vivr el momento, disfrutar cada segundo...


este post continuara, ya que me regreso a la Ciudad de Mexico. Saludos